jueves, 19 de enero de 2012

La sexualidad. Una cuestión de sentido común.


Los medios seculares han confundido a la gente hasta tal grado de llevarlos a creer que el ser humano no es más que un animal evolucionado. En las escuelas a los niños se les enseña que la diferencia entre los animales y los hombres es el raciocinio. Pero esta es una falsa creencia, pues no es solo lo racional lo que nos hace diferentes a los animales, sino también las emociones, sentimientos y la sexualidad. Pero el humanismo secular y los materialistas desde sus raíces ideológicas, siempre ha despreciado inclusive manifestaciones artísticas como la poesía. Y todo aquello que lleva a creer que el ser humano tiene un espíritu elevado. Para los humanistas seculares, lo único que nos hace diferentes a los animales es un cerebro desarrollado.

Los seculares a través de los diversos medios de comunicación y educación que controlan, han llevado el área de la sexualidad a su terreno y han justificado toda práctica sexual con la idea de que también los animales lo hacen. Y ni siquiera la diferencia del raciocinio es suficiente para detener la comparación absurda de la sexualidad humana con la sexualidad de los animales.

 Pero Dios se manifiesta de maneras tan diversas y tan directas, para recordarnos nuestra dignidad como seres a imagen y semejanza suya.  Y una de ellas es por medio del mundo natural de su creación.

Si usted va por las calles ofreciéndole a la gente a que prueben un pedazo de carne cruda y sangrienta, lo más seguro es que la mayoría de la gente no va querer consumir esa carne, y una de las razones es por miedo a perjudicar su salud. Y esa respuesta de la gente nos recuerda que la naturaleza humana no se puede comparar al de un animal. Comer diversas carnes crudas nos puede llevar a graves enfermedades, ya que la carne cruda contiene un sin numero de bacterias potencialmente dañinas.

Y la Biblia da respuestas, y nos enseña que el ser humano fue diseñado para alimentarse con frutas, verduras, leguminosas y semillas (génesis 1:29). Posteriormente se le permitió comer carne siempre y cuando la desangrara (Génesis  9:4 y Levítico 17:10) y para evitar que la carne se consumiera con su sangre esta era cocida o asada. Y esa realidad bíblica permanece hasta la actualidad. Ningún medico o nutriólogo en su sano juicio le diría que  consumirá carne cruda y sangrienta para usted y para sus hijos.

Así también la naturaleza nos recuerda que nuestra sexualidad no es como la de los animales. Muchos animales pueden comer carne curda y no enfermarse, tener relaciones sexuales diversas y no dañan su salud. Pero no así el ser humano, que en la promiscuidad sexual se encuentra con una gran variedad de enfermedades de trasmisión sexual (dejando a un lado el SIDA). Así es como Dios manifiesta su voluntad a favor de una vida sexual pura. La misma naturaleza humana nos enseña que salirnos de la voluntad de Dios tiene consecuencias.

Si realmente fuéramos producto de la evolución, no nos enfermaríamos por comer carne cruda o tener una vida sexual promiscua. No habría consecuencia alguna, todo lo contario, sería favorables para la supervivencia de la especia (según los principios de la selección natural). Pero no es así. Nuestra propia naturaleza humana nos habla de nuestra dignidad como seres a imagen y semejanza de Dios.

Los medios liberales y seculares no niegan el hecho de que a mayor promiscuidad sexual mayor el número de casos de enfermedades de trasmisión sexual. Su solución son los métodos de protección como el preservativo. Pero la realidad es que estos métodos no son realmente seguros ni todo mundo los usa.

Y aun así muchos siguen justificando que por el hecho de que algunas especies de animales se masturban, tengan muchas parejas, tengan relaciones homosexuales, etc. También deba de ser natural en el hombre dichas prácticas. Pero lo que no informan ni señalan, es que dichas prácticas en los animales no les acarrea ningún mal a su salud. E inclusive en algunas especies de animales les favorece la promiscuidad sexual.

Así que las enfermedades veneras o de trasmisión sexual, siempre serán un recordatorio de que el ser humano no esta hecho para la promiscuidad sexual. De la misma manera en que no esta diseñado para comer carne cruda con sangre.  Y quien practique tales cosas, atenta contra su dignidad como seres hechos a imagen y semejanza de Dios.



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